Uno de los debates habituales que suele haber con otros despiertos es la capacidad de los dormidos para entender que lo están y tomar decisiones, vamos, lo que comunmente se denomina «libre albedrío». Este debate requiere de un profundo conocimiento de ciertas cuestiones que al menos me gustaría vislumbrar aquí y que creo que son sumamente importantes. La capacidad de decidir es, para los despiertos, la máxima expresión de libertad, pero para los dormidos, como los cientifistas suelen decir, es una ilusión. Y razón no les falta en realidad. Vamos a ver porqué.

¿Qué es el libre albedrío? Podríamos ser reduccionistas y decir que es tener capacidad de elección (libertad de elección, dicho de forma más populista), pero sólo esto no define el libre albedrío. Poder decidir entre dos o más cosas no parece ser tener libertad para hacerlo. Habitualmente, consideramos tener diversas opciones a nuestra disposición cuando, en general, sólo tenemos un número finito prefijado por alguna otra entidad (padres, profesores, jefes, empresas, gobiernos, bancos, etc…) que restringe esa capacidad en virtud de que sólo podemos elegir las opciones que nos dan, cuando, si miramos con la perspectiva correcta, siempre hay muchas más opciones que simplemente no están a la vista (y cuando eso pasa, generalmente no las tenemos en consideración, sobre todo por desconocimiento). En virtud de eso, es obvio que no hay libre albedrío, porque lógicamente deberíamos poder decidir libremente entre todas las opciones sin límites, incluso si no las tenemos delante. Pero esta es la primera cuestión a considerar, y esto nos lleva a la siguiente cuestión relevante: ¿es posible el libre albedrío sin conocimiento?
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