20120716-Los-siete-pecados-capitalesEl siete es un número mágico, en muchos sentidos. El siete es uno de los números más importantes a nivel esotérico, y son los mundos y las virtudes del alma, pero también sus defectos. Debemos entender que toda virtud es una fortaleza y todo defecto es una debilidad. La mayoría de las personas creen que una fortaleza ha de ser algo físico, social, que de «fuerza» ante los demás. Pero esa fortaleza es ilusoria, y fácilmente destructible ya que es frágil, como el propio cuerpo físico y la sociedad. Pero sólo lo que hay dentro de uno es fuerte, y sólo puede ser fuerte si se practican las virtudes del alma:

  • La humildad
  • La caridad
  • La castidad
  • La paciencia
  • La templanza
  • La compasión
  • La diligencia

No me ocuparé de esto hoy porque quiero hablar justo de los contrarios (bendita dualidad), ya que estos son lo más fáciles de reproducir y es en ellos en los que más fácil se cae:

  • La soberbia
  • La avaricia
  • La lujuria
  • La ira
  • La gula
  • La envidia
  • La pereza

Como seguramente podéis ver, cada virtud se corresponde con un defecto del alma, y estas son las que debemos comprender y estudiar en primer lugar, porque como he mencionado antes, son las más probables enemigas por ser las más probables que ocurrirán en cualquier momento de nuestra existencia. Es bastante fácil caer en sus redes porque no requieren esfuerzo para que sucedan: simplemente un momento de debilidad es suficiente para que ocurra lo peor, y por eso debemos de ejercitar la virtud que probablemente es la primera de todas, la diligencia, para evitar caer en los defectos que, en el cristianismo se llamaron pecados capitales y que en otras culturas han sido llamados de diversas formas: males del alma, debilidad del espíritu y fuerzas del mal. A su vez, también han sido llamados los pecados del Ego, porque son básicamente males subconscientes que afloran al consciente sin que nos demos cuenta y que tienen su origen, siempre, en nuestra separación del resto, la división (razón) que nos separa de los demás. Como ser verá, todo los pecados del alma son en si mismos excesos, lo contrario que las virtudes, que son contenidas. Támbién puede derivarse de esto que son adicciones, siendo una adicción algo que no puedes dejar de hacer por mucho que lo intentes.

La soberbia es el mal que afecta al espíritu que no se comprende a si mismo. Cuando una persona no entiende su naturaleza espiritual, como conectado con todo y con todos, tiende a verse superior, a creerse mejor y está por encima de los demás, del bien y del mal. El soberbio es alguien débil porque en realidad, es una ilusión: el despierto sabe que nadie es mejor que nadie y que uno sólo puede ser mejor por medio de la superación personal, que se consigue por medio del sacrificio del servicio a otros. El soberbio es alguien que no responde ante nada ni ante nadie, pero en realidad tampoco ante si mismo. Para él, el fin justifica los medios y todo lo que sea necesario hacer para conseguir sus objetivos es no sólo válido, sino necesario. La soberbia tiene una consecuencia kármica: la soledad. El soberbio es débil porque a pesar de sentirse superior, siempre busca la aprobación de los demás, hasta el punto en que no conseguirlo le enfurece y le estresa, llegando incluso a la violencia. Cuando se queda completamente sólo, se auto-destruye porque no tiene capacidad de ser por si mismo, y hasta que no toca fondo no tiene la capacidad de rehacerse (renacer espiritualmente), cosa que no todos aprovechan. Ser humilde permite tener auto-control, y por eso es la primera virtud a realizar junto con la diligencia, ya que la una sin la otra no tiene sentido.

La avaricia es la incapacidad de compartir con los demás. Cuando uno desea, quiere cada vez más. El deseo, como dijo Buda, es la fuente de todo dolor y sufrimiento. Cuanto más deseamos más queremos, más ansiamos, y por tanto, más sufrimos cuando no lo podemos conseguir. El deseo sin objetivo, sin control, se convierte en una moto sin frenos que no podemos parar que con toda seguridad provocará un accidente mortal. El avaricioso es aquel que no consigue controlar su deseo de cosas y acontecimientos, queriendo más y más sin parar. La caridad nos senseña a desprendernos de lo accesorio, a no desear y compartir con los demás lo que tenemos. Al ser uno cósmico, todo lo que tenemos cada uno de nosotros también es de los demás, y eso nos permite estar más unidos aún. El avaricioso lo quiere todo para si, al haberse separado del resto y no desear más que lo que no es suyo, que en realidad ya lo es, pero nos lo ocultamos unos a otros. Otro nombre para la avaricia es la codicia. La consecuencia kármica de la avaricia es la pérdida del sentido de la vida y el vacío existencial.

La lujuria es como la avaricia, pero relativa a los placeres carnales. El disfrute carnal no es negativo en si mismo, antes al contrario: es necesario para llevar una vida espiritualmente sana. Pero cuando el disfrute carnal se convierte en una adicción, se conviernte en lujuria. Se desean más y más esos placeres, y como hemos aprendido, eso sólo lleva al sufrimiento. El lujurioso tiene un problema a mayores, y es que está perdiendo su energía sexual (vital) inútilmente, lo que le hace enfermar y eventualmente, morir. Pero necesita más y más porque de otra forma se siente totalmente perdido en la vida. El disfrute sensual es muy adictivo porque es vida misma lo que transcurre en la energía subyacente a la misma vida, que es la energía sexual. La castidad nos enseña que conteniendo esa energía, podemos aprovecharla y gestionarla mejor para ser mejores física y espiritualmente, creando así un modelo de vida sano y eficiente para nosotros. Al final, el lujurios pierde esa energía, pierde vida, enferma y puede morir como consecuencia de todo lo anterior. Por eso las múltiples tradiciones, esotéricas o no, han denostado la lujuria, porque tiene de hecho consecuencias directas en el individuo. Ser casto no significa no practicar sexo: significa hacerlo conscientemente y de forma pura, respetando e intercambiando energía con las personas a la que amamos. La consecuencia kármica de la lujuria es el dolor físico y mental, e incluso la enfermedad y la muerte.

La ira es probablemente la más insidiosa de las maldades del alma, porque es incontrolable y fácil de provocar. El iracundo es aquel individio que se molesta con facilidad, que no tiene paciencia, que ante cualquier hecho o situación se enerva y enerva a los demás, con suma facilidad. No puede controlarse a si mismo y eso descontrola las situaciones que le rodean. Al no tener control de las situaciones, no puede controlar su vida y eso termina provocando graves problemas, incluso en ocasiones problemas físicos. La persona iracunda no es mala en si misma, pueden ser bellas personas, pero al no poder controlar sus estallidos de violencia, hacen que los demás no quieran estar a su lado, lo que les deprime y violenta aún más. Es un círculo vicioso del que no pueden escapar. La paciencia nos enseña que pase lo que pase, podemos aceptar las situaciones y aprender de ellas, y mirarlas con una sonrisa, incluso aunque parezcan injustas. Aceptar no significa resignación, sino tener la capacidad de comprender esas situaciones y continuar adelante a pesar de todo. Ser paciente implica una capacidad de auto-control que se obtiene de la auto-aceptación, de las propias limitaciones y de las ajenas, y por tanto, ser también humildes para aceptarlas y convertirlas en virtudes. La consecuencia kármica de la ira es la pérdida de la voluntad y del control de uno mismo, haciendo de la vida un infierno.

La gula no se refiere sólo a la comida y la bebida, como habitualmente se hace creer a los cristianos. La gula se refiere fundamentalmente a el ansia por los placeres sensitivos, gustativos. Los olores, los sabores, la vista, el tacto, el oído, son nuestra comunicación primaria con la realidad. Pero si no comprendemos que la realidad es ilusoria, si pensamos que esa realidad es lo único existente, nos vemos sumergidos en una vorágine de sensaciones que nos traicionan y nos hacen querer más y más (deseo), provocando sobre todo males físicos, pero después de estos, también mentales. El deseo del alcohol, las drogas, la comida, pero también por las personas, las cosas, las situaciones…, nos lleva a no poder prescindir de ninguna y a exigirnos a nosotros mismos tenerlas, incluso aunque sea malo para nosotros y para esas personas o cosas. La templanza nos enseña a controlar nuestros apetitos, a saber cuando ejercitarlos y cuando no, y a distribuir sus beneficios de forma más eficaz para nosotros. Comunmente se suele confundir con la castidad, pero en realidad son cosas muy diferentes: la templanza es auto-control, y la castidad auto-gestión. Cuando somos templados, estamos centrados, podemos controlar nuestra existencia en base al entendimiento de lo que somos y de nuestra existencia en el mundo. La consecuencia kármica de la gula es la desesperación por no conseguir lo deseado, y la caída en estados emocionales negativos y profundos que nos impiden sobreponernos y vivir permanentemente en un estado depresivo y aislado.

La envidia es deporte nacional en muchos sitios, como España (la gente cree que es el fútbol, pero quiero extenderme mucho en esta cuestión en otro artículo, así que de momento suelo la lindeza y luego que cada uno se lo piense…). La envidia es un mal muy relacionado con la avaricia y la gula, pero se diferencia de estos males del alma en que sólo es un deseo. Quien tiene envidia puede pasar a la acción convirtiéndose en un avaricioso, pero generalmente el el envidioso simplemente suele rumiar su envidia en privado, en secreto, en silencio, sin hacer específicamente nada por lograrlo. Pero al mismo tiempo está emitiendo una cantidad enorme de energía negativa, ya que quiere lo que tienen otros pero o no puede o no quiere hacer lo necesario para conseguirlo (por buenas o malas vías), con lo que eso le genera ira y rencor, emitiendo una cantidad enrome de energía hacia aquellos que tienen lo que el envidioso quiere. Eso se reproduce a nivel social y genera aún más energía y genera una dinámica social sucia y tremendamente corrompida, como podemos comprobar hoy día en la sociedad española. Así pues, nos encontramos con mal del espíritu cuyo efecto karmico más relevante es que genera precisamente una cantidad enorme de karma a quienes lo desarrollan, y además afectan a otros como un virus, haciendo que personas no inicialmente envidiosas terminen siéndolo por mero efecto de contagio. Sólo hacer un pequeño apunte sobre su contrario, la compasión: no se trata sólo de sentir pena; la compasión es la virtud que nos hace sentir empatía por los demás y emitir energía positiva hacia ellos, ya que nos sentimos uno con ellos. De esta manera, generamos una retroactividad (ley de atracción) que nos afecta a todos.

Por último, tenemos la pereza. Puede parecer el mal menos dañino y más tonto de todos, pero antes al contrario: es el más peligroso de todos. Antes decíamos que la diligencia (su opuesto) era la virtud más importante (se le puede llamar diligencia o entusiasmo, para realizar las cosas que aunque cuestan, se hacen con convencimiento porque se saben la única vía válida y virtuosa), porque sin diligencia no podemos asumir el resto de virtudes para luchar contra os males del alma. La pereza genera abatimiento, incapacidad para afrontar los retos y los vaivenes de la vida, y dificultades importantes siquiera para luchar por la propia vida (y no sólo en el sentido físico). La pereza genera desidia, y genera tibios, que son probablemente las peores personas posibles porque es imposible supervisar su comportamiento, pueden ser capaces de, consciente o conscientemente, provoar todo tipo de males fundamentalmente por inacción. La pereza, por supuesto, no tiene que ser sólo «física», en el sentido de trabajar, sino también pereza mental y espiritual. La inmensa mayoría de las personas son en realidad perezosas, y la pereza mental y espiritual es aún peor que la física, porque de hecho las primeras generan la segunda. Cuando se es perezoso, no sólo se perjudica la propia vida, sino también la de los demás, haciendo que estas vidas sean cada vez más difíciles y eventualmente, los perezosos terminan solos y dejados de la mano de Dios, porque no han sido capaces de crearse su propia vida. No tienen, claro está, como buenos perezosos que son, planes B, con lo que cuando su mundo se derrumba, simplemente caen en un agujero negro del que ven imposible salir. A partir de la pereza surgen el resto de males del espíritu, creando el mundo en que vivimos. Las consecuencias kármicas son muy evidentes, claro está, y están relacionadas con hacer imposible la propia vida y la de los demás, generando sociedades manchadas y círculos viciosos de defenestración y muerte. La depresión no es una caracterísitica propia de lapereza pero puede provocarla, puesto que se baja la guardia de la dligencia y a partir de ahí, viene todo lo demás. Por eso hay que estar alerta, sin conscientes de uno mismo para ser conscientes de lo demás y vivir una vida plena.

Ahora ya podéis reconocer estos males en vosotros mismos y los demás. Aunque se les llama «pecados capitales», espiritualmente hablando no existe nada así llamado «pecado», es un invento fundamentalmente cristiano. Los males del alma son aquellas emociones y funciones de nuestro espíritu que, inconscientemente, arruínan nuestra vida y la hacen cada vez más y más indolente hasta que nos destruyen. ¿Pero surgen así porque sí? ¿Tienen un origen interno o son provocados? Y si son provocados, ¿quién lo hace? A eso me quiero dedicar otro día. De momento, quedémonos con la idea de que nuestra superación personal, familiar y social depende de que seamos capaces de sacar partido y evolucionar nuestras fortalezas (las virtudes), y de conseguir controlar y anular nuestras debilidades (defectos) gracias a esas virtudes. Pero eso, para otro día…