Llevo unos meses en una investigación personal que, a mi pesar, sé que me va a traer más tristezas que alegrías, pero espero con ello que alguna persona que se encuentra en medio de la guerra mediática contra los «anormales» (véase cualquiera que no encaje en el estatus social habitual, es decir, heterosexual y consumista) pueda de alguna forma entender ciertas cosas, aunque no desde el prisma o la óptica convencionales. Bienvenidos pues al confuso mundo del sexo.

Para empezar, este primer artículo servirá para proseguir con mi serie sobre las leyes cósmicas, continuando el artículo sobre la dualidad y que desembocará en una series de artículos sobre sexualidad vista desde el punto de vista espiritual. Para ello, vamos a sentar unas bases sin las cuales no es posible de ninguna manera comprender lo que trato de exponer en mi teoría. Parto de los siguientes fundamentos que me gustaría fueran bien comprendidos de una manera obvia porque si no, lo más probable es que el lector termine más confundido aún que antes, lo que obviamente no es el objetivo de este artículo ni los siguientes… Yo siempre parto para explicar el mundo de conceptos espirituales, lo que es posible que ya de partida excluya a mucha gente de lo siguiente, pero bueno, les invito igualmente a considerar una opción distinta a la suya. Lo mismo se llevan una sorpresa.

Vivimos en un Cosmos energético que fluctúa y existe gracias a la vibración de sus infinitas frecuencias. Esto es una realidad científica con independencia de las consideraciones espirituales. Tanto si hablamos de materia como de todo lo que no es materia, ese infinito campo energético en el que existimos tiene una serie de reglas de funcionamiento. Pero no son reglas físicas (estas derivan de las principales). En otros artículos, englobados bajo la denominación de Archivos Secretos, he ido desgranando, a mi manera, algunas de estas reglas o leyes, siendo una de ellas la que nos importa de cara a lo que intento explicar en este artículo: el género.

Esta ley cósmica de la dualidad nos dice que, aunque el Cosmos es una unidad energética total, esta unidad contiene en su interior la división de opuestos. Esto implica que en el Cosmos existen dos alternativas opuestas pero complementarias (nunca beligerantes) que son las que realmente generan el dinamismo del Cosmos. Sin la dualidad, el Cosmos sería un lugar estático, inamovible, que no tendría vida ni se produciría cambio en él. Así de importante es la dualidad. Pero la dualidad tiene otro nombre: polaridad. Es decir, los dos elementos de la dualidad son polos opuestos, que para poder formar la unidad, lógicamente, tienen que atraerse. Por último, existe una dualidad que nosotros entendemos por dualidad sexual y que tiene su propia ley cósmica: la ley de género.

En términos generales, la dualidad se manifiesta en todo lo que está contenido en el Cosmos. Las distintas formas de energía tienen distintas frecuencias y cualidades que fluctúan al mismo tiempo que la energía en si. Esas fluctuaciones son diferencias, aunque sean pequeñísimas, que generan distintas energías con distintas cualidades. Así, hay dos cualidades energéticas que son, por la dualidad, diferentes pero complementarias (se anulan), y que están definidas por lo masculino y lo femenino. Estas dos corrientes energéticas opuestas y complementarias que son los géneros, y que son en si mismos dos formas de la misma energía pero con diferencias vibracionales que, cuando se unen, se acoplan. Existen muchas más, pero las que nos interesan ahora mismo son estas. Erróneamente (o no tanto, según como se interprete), se ha asociado estas dos fuerzas o cualidades con otras de la dualidad, como la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el amor y el miedo, etc… Pero en realidad todas estas cualidades no tienen relación entre si. Simplemente se han asociado porque en un momento determinado de la historia ha interesado hacerlo. Lamentablemente aún seguimos soportando la herencia de esa forma de pensar…

Pero volviendo a lo que nos interesa, ahora ya tenemos establecido que existe la dualidad de género, y que cada polo de la dualidad tiene sus propias características y peculiaridades. No quiero ahora meterme en el jardín de esas características, no es el momento. La cuestión es que hombres y mujeres nos comportamos de formas diferentes y somos distintos por el mero hecho de que lo somos. Nuestras cualidades energéticas son diferentes y, salvando las distancias de lo políticamente correcto, eso nos hace diferentes y autónomos con respecto a otros. Pero al mismo tiempo, como es sabido, los polos opuestos se atraen. Es normal que un hombre se sienta atraído por una mujer y viceversa. No es que sea normal: es que la propia naturaleza de la dualidad obliga a ello. No es que todos los hombres deban sentirse atraídos por todas las mujeres y al revés, pero los espíritus de un determinado signo (frecuencia) se sentirán irremediablemente atraídos por miembros de distinto signo, o al menos por algunos de ellos.

Ahora bien, ¿cómo puede ser que sin más ni más eso ocurra? ¿Qué razón hay para ocurra esa atracción y, es más, para que exista esa diferenciación de género? Como hemos visto antes, la dualidad está presente en todo y en cada parte del Cosmos. Todos llevamos la dualidad en nuestro interior, pero dentro de las fluctuaciones lógicas de nuestro campo energético, una parte es predominante respecto a la otra. Las fluctuaciones son muy diversas: la parte masculina o femenina puede ser totalmente predominante, sólo parcialmente, o puede haber un equilibrio completo entre las dos partes (lo más raro). La cuestión es que cuando nacemos, nuestra energía se impregna en el ADN (que es la antena que el Cosmos ha creado en este mundo material para que las energías puedan hacerse presentes en él, siendo este otro tema que me gustaría desarrollar más adelante porque es francamente interesante) y eso lleva a la siguiente cuestión, que es el meollo de todo esto: nuestro sexo físico no tiene porque corresponderse con nuestro sexo energético.

En general, tendemos a tener una visión de la vida basada en lo que materialmente hemos aprendido y comprendido, y el sexo es una parte de esta visión de la vida. Es lógico que si vemos una persona que tiene aspecto de hombre, consideremos que es un hombre en sentido general. Pero esta visión materialista de las cosas da lugar, claro está, a confusiones, porque no estamos teniendo una visión de conjunto general (holística). Cada uno de nosotros sólo podemos vibrar con determinados ADNs, y siendo este un número limitado de ellos, dependiendo además de nuestro nivel de vibración y de otros factores, puede dar lugar a un hecho que en realidad no es extraño: que un ser de energía de una determinada tendencia predominante se ligue a un cuerpo de la otra tendencia. Nuestro cuerpo es un traje, una escafandra creada para sostener nuestra existencia en el mundo material, e independientemente de porqué aparecieron los sexos físicos, que no es el asunto de este artículo, es lógico pensar que aparecieron para acomodar debidamente a seres de energía de un determinado tipo. Estos sexos están construidos básicamente para que la fuerza predominante se sienta cómoda en la experiencia material, a varios niveles: físicos, químicos, dinámicos, etc. Y en general así es para todo el mundo. A estas alturas del texto el lector ya se estará imaginando a donde quiero llegar, pero continúo con la explicación general. El problema con todo esto es que durante la gestación, muy distintas alternativas pueden llegar a darse por separado o al unísono, ocurriendo que, entre otros factores, ocurran «accidentes» (nada es accidental en el Cosmos, pero ese es otro tema para otro artículo) que ocasionen que se caiga en el cuerpo que no corresponde, o no correspondería en la mayoría de las situaciones.

¿Niño o niña? ¿Vosotros qué creéis?

Aquí llegamos a una primera conclusión: la visión que tenemos del sexo en general es errónea, basada puramente en lo físico, lo que genera una confusión fundamental en todos los aspectos de nuestra existencia. De por si esto es una regla general: cuando comenzamos a ser conscientes de nuestro cuerpo, comenzamos también a tener diversos problemas espirituales que normalmente se manifiestan en conflictos mentales de distintos tipos. No sólo por el sexo, sino por nuestra forma física, aspecto y otras consideraciones menores que, en la antedicha confusión producen malestar y problemas de diversos tipos. En general, la mayoría de nosotros acepta su devenir (aunque en muchos casos más que aceptar se asume o, peor, se resigna) y continua hacia delante con lo que le ha tocado. En algunos casos ese devenir será beneficioso desde el punto de vista físico, mental o social, y en otros no. Pero para el tema que me interesa desarrollar ahora mismo, me quiero centrar en el aspecto relacional entre el sexo físico y el energético, y las consecuencias que ello tiene.

Uno se siente como se siente. Hombre o mujer. Independientemente de lo que creamos, creamos saber o sepamos, uno se siente de una determinada manera independientemente del cuerpo que tiene, que al fin y al cabo es algo que nos han dado sin nosotros quererlo, y que por tanto es algo que a priori no tenemos porqué querer. Cada uno de nosotros hemos caído en un cuerpo físico de un determinado sexo (existen casos intermedios como los llamados «quimeras» -aunque popularmente se les conoce como «asexuados», lo que es estúpido porque en realidad son «doblemente sexuados»- y que son un caso extraño pero no inhabitual que requiere de un estudio aparte) e independientemente del género o sexo energético que nosotros tengamos, no podemos cambiarlo, es así hasta el final de nuestros días físicos. Pensamos que es poco habitual pero no es cierto: que un ser de un determinado género caiga en un cuerpo del contrario es bastante corriente, porque en realidad es algo puramente circunstancial que ocurre en el momento de la fecundación e inevitablemente ocurrirá sí o sí, si nos ponemos duros con la estadística, un 50% de las ocasiones (sólo hay dos sexos, así que inevitablemente la posibilidad de caer en uno u otro será de una de dos). Desconozco si existe alguna fuerza que ayude a caer en el cuerpo más adecuado la mayoría de las ocasiones, pero si Dios juega a los dados como decía Schrödinger, entonces las probabilidades son de dos a una siempre. Esto implica que no es extraño (otra cosa es que no lo sepamos) que se produzca la transexualidad. De hecho, es tan normal como la heterosexualidad convencional, porque en realidad las probabilidades son las mismas. Véase aquí que contrapongo transexualidad a heterosexualidad, cuando mayormente la mayoría de la gente piensa que lo opuesto a heterosexual es homosexual, pero como indicaré en otro artículo, esto no es así. De momento, quedémonos con la idea de que una persona transexual es simplemente un espíritu de una determinada tendencia que, por los azares del destino, ha caído en un cuerpo del otro signo, aunque el transexual siempre es el caso extremo, como veremos más adelante en sucesivos artículos.

En próximos artículos quiero incluir una serie de nociones acerca de lo masculino, lo femenino, lo neutro, y otros asuntos de índole más social como el feminismo. Esto da para mucho y por eso quiero dividirlo adecuadamente en varios artículos que me permitan exponer la cuestión de una forma más eficiente y al tiempo ayude al lector a comprender de forma más pausada lo que quiero decir. Este tema es tan extenso y complejo que intentar comprimirlo todo en un artículo se me ha hecho poco menos que épico, con lo que cuando termine, casi casi va a dar para un libro pequeño, porque realmente es tan importante como nuestra esencia en nosotros mismos.